Pasaron los meses rápidamente y nuestro amigo seguía con la fabricación de ataúdes “a la medida” y con los traslados de los cadáveres al panteón ya con la carreta de dos ruedas.
Poco a poco la epidemia remitió hasta casi desaparecer pero el daño ya estaba hecho; la tercera parte del pueblo había fallecido y la gente que se había salvado aún estaba muy débil para retomar sus tareas cotidianas. Lógicamente, al no trabajar, el dinero empezó a escasear; trabajo había, pero trabajadores no y una crisis económica se desató en aquel poblado situado al sur del Estado de Yucatán.