"LA HISTORIA ORDINARIA DE UN HOMBRE ESTRAORDINARIO"

UN HOMENAJE PÓSTUMO A MI PADRE

sábado, 24 de julio de 2010

capítulo IX: “La procesión”.

La vida siguió su curso y nuestro amigo seguía trabajando, como de costumbre, en la carpintería. Por el  pequeño radio de bulbos que funcionaba a baterías nuestros amigos se enteraban de las noticias, sobre todo de , seguían con interés  todo lo referente a la segunda guerra mundial, que un año antes , había estallado en Europa; las noticias eran alarmantes infundiendo temor entre las buenas gentes del lugar. Todos se preguntaban, con cierto miedo, cuando llegaría México, y si fuera el caso, si se verían obligados a pelear.
El presidente municipal, el doctor, el maestro de la escuela y el párroco, constantemente se veían en apuros para explicar a más de uno, lo lejos que estaban los campos de batalla, la improbabilidad de que la lucha se trasladara al país y mas localmente, a esa comunidad. Lupe a duras penas, merced a sus escasos estudios, (solamente cursó hasta el cuarto grado de la educación primaria), tenía los mismos apuros al tratar de explicarle a sus padres y hermanos, de la situación de México con respecto a la conflagración. Huelga decir que tampoco él estaba muy convencido de las explicaciones recibidas del maestro de la escuela; pero tampoco se trataba de alarmar a los suyos, por tanto, cayó sus temores en beneficio de la tranquilidad de los suyos.

Así en medio de noticias alarmantes y el duro trabajo diario, llegó el mes de junio y con él la fiesta del pueblo, en honor a San Diego. Nuestro amigo, con dieciséis años cumplidos se había convertido en un espigado muchacho bien parecido y con una envidiable constitución física, merced al duro trabajo. Más de una muchacha en “edad de merecer”, ya lo miraban con buenos ojos; algunas más “aventadas” se le insinuaban con cierto descaro, lo que provocaba el sonrojo del muchachito, que las mas de las veces se cohibía ante las insinuaciones pues era muy tímido. Claro que le gustaban las muchachas pero su timidez y sus obligaciones para con su familia le impedían relacionarse sentimentalmente con alguna de ellas. Puso en una balanza la atracción que sentía hacia una de ellas y las obligaciones familiares y esto último pesó más.
Ese año, “Lupe”, fue el encargado de portar el estandarte principal del gremio de carpinteros, pues la suerte le favoreció en el sorteo previo, que como todos los años, el dueño del taller realizaba entre los empleados; ni que decir de la felicidad del muchacho por semejante encargo.
Brígida y Justo, compartieron la felicidad de su hijo, pues era un honor muy grande para cualesquiera familia del lugar, el que un integrante de la misma, encabezara la procesión de el gremio mas importante de la comunidad. Brígida, por encargo de “Lupe”, sacó los ahorros que le tenía dado a guardar y entusiasmada salió a comprar una muda de ropa de lino, y unas alpargatas nuevas para que nuestro amigo estrenara. En tanto, “Lupe”, salió a la iglesia a confesarse, pues era requisito estar en gracia con Dios, para poder portar  el estandarte del gremio. No está de mas decir que al día siguiente, dando las diez de la mañana el gremio saldría de la carpintería rumbo al cerro donde se encuentra la Iglesia, conocida por los lugareños como “La Ermita”.
Llegó la hora y un “Lupe” radiante salió de la carpintería portando emocionado y orgulloso el estandarte. A su lento paso, provocaba la admiración de las muchachas, que a su paso le lanzaban de piropos. Algunos metros adelante de nuestro amigo, varios hombres lanzaban juegos artificiales al aire, que con sus estallidos anunciaban al pueblo el paso de la procesión. Atrás de “Lupe”, continuaba con el desfile una charanga que tocaba lo que se estila en estos casos y detrás de ella desfilaron algunos carpinteros portando los estandartes menores y cerrando la comitiva el grueso de las trabajadores y sus familias.
La procesión llegó al atrio y el párroco procedió a bendecir los estandartes y a sus portadores para luego entrar, en procesión solemne a la iglesia, presentarlos al santo patrono y dar comienzo a la santa Misa.
Recién acabada la misa, la procesión regresó sobre sus pasos a la carpintería y después de dejar a buen resguardo los estandartes, menos el principal, (ese se quedaba al cuidado del portador en turno y de su familia hasta el siguiente año, en que era entregada a su siguiente portador). Nuestro amigo, en la carpintería, plegó respetuosamente y con sumo cuidado el estandarte y se lo entregó a su madre, mientras el cargaba sobre sus hombros el porta-estandartes y felices se dirigieron a su casa.
Solamente dejaron el estandarte y regresaron a la carpintería, pues fue invitado junto con su familia a un almuerzo, que como todos los años el patrón, disponía para sus trabajadores.
Continuará.

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