El muchacho pronto aprendió, en un principio, a fabricar sillas. Poco a poco sus trabajos fueron perfeccionándose hasta dominar por completo la fabricación de esos muebles. Para entonces, el viejo carpintero que se encargaba de la fabricación de los ataúdes falleció y nadie quería hacer ese trabajo pues entre las obligaciones del obrero estaba el ir a la casa del difunto a tomarle las medidas para el féretro en medio del llanto y los rezos de los deudos.
Como "Lupe" era el más "nuevo", en él recayó la responsabilidad de ese, para los otros, desagradable trabajo. Nuestro amiguito no tenía ni idea de como hacerlo pero bajo la guía y supervisión del capataz pronto aprendió los "gajes" del oficio. Pasaron algunos meses y nuestro amigo se hizo experto en esos menesteres. Al principio fue muy duro al grado que "Lupe" no podía dormir de la impresión por estar, casi todos los días, en contacto con los cadáveres.