"LA HISTORIA ORDINARIA DE UN HOMBRE ESTRAORDINARIO"

UN HOMENAJE PÓSTUMO A MI PADRE

miércoles, 3 de marzo de 2010

Capítulo III; "La cacería"

El tiempo siguió su curso. Justo, con la ayuda de sus dos hijos mayores (siete y ocho años), concluyó con la siembra de temporada de maíz de su milpa.

Diariamente, muy de mañana nuestro amigo se daba a la tarea de llenar el tanque de agua con ayuda de una bomba de veleta empotrada al brocal de pozo; una vez lleno el depósito inmediátamente quitaba los tapones de la base y procedía a llenar, por gravedad, con el concurso de unos canales las piletas mas pequeñas que se encontraban a lo lejos y en puntos estratégicos, para después una vez llenas, cubeta en mano se daba a la tarea de regar las plantas; era una tarea bastante pesada que lo llevaba la mayor parte del día para luego revisar las plantas en busca de plagas y deshierbar la hierba mala que siempre crecía como maldición de un día para otro y así era todos los días.


Justo salía a trabajar la tierra muy de madrugada y volvía a su casa ya entrada la tarde, casi siempre entre cuatro y cinco, pero nuestro amigo no descansaba y nada más llegar, se bañaba y después de tomar sus alimentos se iba al pueblo, ya para comprar pólvora y munición para su vieja escopeta, ya para frecuentar a sus amigos, ya para, si se requería, ofrecer su trabajo como albañil y peluquero por las tardes.

En esos meses, julio y agosto, abundaba la cacería de venado por la  sierrita  y en una de tantas vueltas por el pueblo, Justo se puso de acuerdo con sus amigos para ir todos juntos, la siguiente noche, de cacería.

Aquí hago un paréntesis para explicar a grandes rasgos la topográfia del lugar a saber: La ahora ciudad de Tekax, se encuentra ubicada al sur del estado de Yucatán a orillas de una hilera de pequeñas montañas, que muy exageradamente tendrá, la más alta, unos trescientos metros de altura, esta mini cordillera está llena de vegetación y es hogar de las mas diversas especies de animales, desde iguanas hasta venados cola blanca y tigrillos, he ahí la abundancia de cacería en los meses de verano, cierro paréntesis.

Pues bién; se despidío de sus amigos y camino a su casa se le ocurrió una idéa:

- ¿ Y si llevo al mas pequeño de mis hijos?; ya es tiempo que aprenda algunas cosas y a defenderse por si mismo; recuerdo que yo tenía la misma edad cuando mi papá me llevó por primera vez de cacería y la verdad, lo disfruté; aún me acuerdo de la emoción que sentí y lo orgulloso que estaba de que mi papá me llevara con él.-.

Justo se sonrió al recordar su ya lejana niñéz y así sumido en sus recuerdos llegó, casi sin darse cuenta, a su casa. Nuestro amigo le comunicó a su esposa de su intención de ir de cacería a la sierrita  llevando consigo a "Lupe", su hijo mas pequeño.

No está de mas decir que, Brígida pegó el grito en el cielo al enterarse de los planes de su marido; Justo esperó con paciencia hasta que su esposa se hubo callado y amorósamente le explicó que lo mismo le pasó con su mamá cuando lo llevaron por primera vez de cacería y que nada le iba a pasar a su hijo.

A regañadientes, Brígida consintió dejar, a "Lupe", ir de cacería con su padre. Huelga decir que el pequeño se emocionó mucho al grado que le fue dificil a la buena mujer hacer que se durmiera.

Amaneció y ese día "Lupe" acompaño a su padre a la milpa, porque, a decir de Justo, convenía que su hijo supiera de los pelígros del monte además de enseñarle como protegerse de los animales y si, llegara a perderse, como seguir las huellas de los pisadas, en fín, la misma plática padre-hijo, que muchos años atrás le diera su padre por igual víspera y ocasión.

"Lupe", mientras su padre le hablaba, mantenía los ojos muy abiertos por la emoción que sentía y estaba que no cabía en sí de felicidad; cada rato preguntaba a su padre si ya mero iban "a matar venado", a lo que el orgulloso padre le respondía: - Ya mero.- y acariciando amorosamente la negra cabellera del infante, se sonreía, para inmediatamente volver a sus labores.

Por fin llegó la noche y después de muchas indicaciones por parte de Brígida con respecto al cuidado del niño, se encaminaron al pueblo en busca de los otros cazadores.

Rápidamente se juntó el grupo y al cabo de una caminata de media hora, llegaron a a una vereda que llevaba cerro arriba; Manuel, el promotor de la cacería, alumbrandose con su lámpara de queroseno, se internó en el montecito seguido por los demás hombres. Cabe aclarar, que era costumbre, en aquella época que cada casador llevara a alguno de sus hijos como ayudante, ya sea para cargar el rifle, ya para darles agua, ya para recargar la escopeta, en fin, en lo que se le ofreciera al cazador. Eso sí, los ayudantes, en camino al coto de caza, así como de regreso, debían ir en medio del grupo, por su propia seguridad y para evitar pérdidas involuntarias, rezagos o picaduras de las serpientes abundantes por esos lugares.

Manuel alzando una mano indico que se detuvieran y ordenó en voz baja que los ayudantes se juntaran por parejas y se subieran a cualquier árbol que encontraran, que no hicieran ningún ruido y que no se movieran de ahi. "Lupe" se juntó con uno de sus vecinos, que también acompañó a su padre, y rápidamente se subieron a las primeras ramas de un arbol de flamboyán.

De pronto todo quedó en absoluta oscuridad merced a que los hombres, escopeta en mano, desaparecieron por las veredas del monte bajo, alumbrándose con sus lámparas de queroseno. Esporádicamente se veían, aquí y allá, pequeños destellos de luz lo cual daba idéa de la ubicación de uno de los cazadores.

De pronto, se escuchó un disparo a lo lejos, seguido de otro y otro y otro, y después... carreras, gritos y bramidos que ponían los pelos de punta. "Lupe", a punto de llorar, se había abrazado a su compañerito, que aterrado también, ya estaba llorando, por el miedo. Fueron momentos de temor y angustia para nuestro amiguito.

Pero recordando los consejos de padre, se fué calmando y a la vez fue calmando a su amiguito; no pasó mucho tiempo y las luces empezaron a aparecer, por el sur una, por el sureste otra, en fin de todos los puntos cardinales hasta encontrarse en el mismo claro en que se separaron. Nuestro amiguito se llenó de emoción y orgullo al descubrir a su padre y a otros dos hombres, quienes con grandes trabajos llevaban cargado a sus espaldas, a un enorme ejemplar de venado, seguido muy de cerca por algunos cazadores que les alumbraban el camino.

Al llegar al claro, los hombres, a silbidos, llamaron a sus hijos. Como por arte de magia, los chiquillos fueron apareciendo de entre el follaje de las plantas y se reunieron con sus padres.

"Lupe", se mantuvo a prudente distancia de su padre, porque el venado era realmente impresionante. Justo al ver a su hijo, dejó caer al animal y animó a su hijo a acercarse; el orgulloso padre comunicó a su hijo, que él había cazado al animal; los demás hombres solo se sonrieron y se sentaron alrededor del animal comentando las peripecias de la cacería. Al verlos en esa posición los niños se sentaron a un lado de sus respectivos padres a los cuales dieron de beber de los calabazos que les servian de cantimploras.

Los hombres acordaron descansar un rato y despues seguir con la cacería por lo que improvisaron un campamento e hicieron una fogata con ramas que los niños recogieron por los alrededores. Al calor de la fogata Manuel, quien era el carnicero del pueblo, procedió a destazar al animal y repartir las piezas entre los cazadores.

Como Justo era quien lo había matado, como era la costumbre, le tocó quedarse con las dos piernas traseras, la cornamenta y la piel además de los ojos los cuales eran codiciados por ser de la creencia que atraían la buena suerte a su poseedor. Como también era costumbre, Justo, por ser la primera vez que salía de cacería su hijo, le regaló la cornamenta. Algunos hombres, una vez marcadas las piezas de cada uno, procedieron a subirlas a las primeras ramas de un árbol para que no sea alcanzadas por otros animales, amén de que uno de ellos subiría al mismo árbol para cuidarlas.

Rato después, ya descansados, apagaron la fogata y de común acuerdo se decidieron por cazar animales más pequeños pero eso requería de otra estrategia; cada uno acompañado de su hijo, se subirían a un arbol y en absuluto silencio esperarían que pasara cerca de él un animal y orientados por el ruido de las pisadas, rápidamente enfocarlos con las lámparas, una vez reconocido el animal como pieza de caza, le dispararían. Cabe señalar que por ser pequeñas, cada uno era dueño de la pieza que cazaría.

Justo y "Lupe", subieron al mismo flamboyán de la primera ocasión y esperaron; para hacer menos aburrida la espera, nuestro amigo, siempre en voz baja, le fue explicando a su hijo todo lo que se escuchaba alrededor; el canto del buho, el aletear de los murciélagos, el gruñido del tigrillo, el sonido del reptar de la serpiente entre las hojas caidas de los árboles y lo más importante el sonido característico del andar del jabalí y del conejo además del venado.

La espera se hizo larga y "Lupe", merced a las emociones y al cansancio se quedó dormido en brazos de su padre; eso no le importó a nuestro amigo, pues él había cazado una pieza grande y tenía carne para muchos días; además se presentaba el inconveniente de transportarla hasta su casa.

Esporádicamente se oían pisadas de animales y en seguida el resplandor de una lámpara, para después todo volver a la oscuridad. En toda la noche solo cobraron tres nuevas piezas a saber: dos pavos de monte y un pequeño tapir. Amaneciendo, Justo despertó a su hijo y bajaron del árbol; los demás hicieron lo propio y se dieron a la tarea de recolectar ramas para hacer una fogata y preparar café.

Rato después ya desayunados, apagaron la fogata, y tomando sus piezas de caza se encaminaron rumbo al pueblo. Justo a duras penas podiá cargar con las dos piernas del animal por lo que a cada rato paraban para descansar un poco; en cuanto a "Lupe", todos se reían de él porque se veía muy cómico cargando con mucho trabajo una enorme cornamenta en relación a su estatura además de que, el morral de henequén que colgaba de su hombro izquierdo, merced al peso de la piel del venado desde hacía rato que lo venía arrastrando por el camino. El niño estaba tan orgulloso de sus trofeos que no permitía que le ayudaran.

Después de casi tres horas de arduo camino y todos sudorosos llegaron al pueblo. Nuestros amigos encargaron todo al carnicero y se encaminaron a su casa.

Nada más llegar a su casa, Justo, ensilló a su yegua y a galope partió rumbo al pueblo por sus encargos, en tanto "Lupe" narraba con lujo de detalles la aventura a sus hermanos, enseñándoles la cornamenta del venado. Brígida solo sonreía al escuchar a su pequeño mientras daba las gracias al buen Dios, por habérselo devuelto sano y salvo; así acabaría ese memorable domingo del mes de julio.


Continuará en el capítulo IV


nota: hacer caso omiso de la gramática y la sintaxis, no soy escritor, solo un humilde "escribidor"

1 comentario:

  1. buena historia, si no eres escritor deberias serlo, me pregunto que sigue despues

    saludos

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Gracias: El hijo de don José.