"LA HISTORIA ORDINARIA DE UN HOMBRE ESTRAORDINARIO"

UN HOMENAJE PÓSTUMO A MI PADRE

sábado, 6 de marzo de 2010

Capítulo IV: "La plaga"

Ese mismo año, a finales del mes de Septiembre nacía Maria. El acontecimiento llenó de felicidad a toda la familia; a diferencia del nacimiento de “Lupe”, el de María no tuvo ninguna complicación y transcurrió de manera tranquila. La carita risueña de “Lupe” dejaba ver sus emociones y alegrías al mirar con curiosidad a su nueva hermanita.
Llegó el mes de Octubre y con él, la época de levantar la cosecha y preparar la tierra para la siguiente. Esa época era la más esperada por los agricultores y también la de más trabajo para los mismos pues tenían, prácticamente, que vivir en sus milpas para cuidar las cosechas de los animales que pudieran comerlas. Todos los agricultores se quedaban a dormir en sus parcelas a la espera del día en que pudieran levantar la cosecha. 
Era la segunda noche que Justo se quedaba a dormir en la milpa; la mañana y la tarde así como parte de la noche transcurrieron sin novedad; en la madrugada nuestro amigo despertó sobresaltado al sentir un intenso dolor en su brazo derecho. 
En un acto reflejo, de un manotazo, se quitó al animal que le había mordido. Rápidamente prendió su lámpara y al dirigir la luz al suelo, esta dejó ver, materialmente tapizado el pequeño cobertizo con cientos de insectos parecidos a los grillos, pero mucho más grandes y de un color parduzco,  ¡Eran langostas! 
Justo se sintió morir al alzar la vista hacia el claro cielo iluminado por la luna llena y descubrir a millones de insectos que en pleno vuelo, momentáneamente oscurecían el claro disco lunar.
Varios miles de insectos ya habían empezado a devorar su cosecha; al darse cuenta, nuestro amigo tomó su lámpara de queroseno y a la carrera se dirigió a los montones de hierba seca que día a día iba amontonando por espacios regulares por la milpa producto del deshierbo y uno por uno les fue prendiendo fuego, para evitar que mas animales se acercaran a sus sembrados. 
Al sentir el ígneo elemento, los insectos que estaban en las cercanías levantaron el vuelo, solo para posarse sobre otra área libre de fuego. Al ver esto, nuestro amigo, presa de la desesperación y de la ira, gritando como loco, y sin pensarlo, le prendió fuego a su sembradío mientras gritaba fuera de sí.- ¡Malditas, mil veces malditas, prefiero quemarlo todo antes que verlo devorado por ustedes! ¡Malditas, muéranse, malditas alimañas del infierno, muéranse!
Justo corría como poseído, antorcha en mano prendiendo fuego y abanicando el aire con el ígneo elemento. Ora gritando, ora insultando, ira maldiciendo, y…sollozando y llorando, otra vez maldiciendo. No supo en que momento, comenzó a sentir agudos dolores en la todas partes de su cuerpo; pero cuando se pudo dar cuenta, ya eran decenas de animales que le estaban mordiendo la piel; pero por el coraje y la adrenalina, hasta ese momento no lo había sentido.
Su sentido de supervivencia se impuso y a la carrera se dirigió a una de las piletas, que por la tarde había llenado de agua, y sin dudarlo ni un segundo se metió en el fresco líquido aguantando la respiración hasta que sofocado, con los pulmones a punto de estallar, sacó la cabeza a la superficie y tomó una bocanada de aire.
Se dio cuenta que los animales casi no se acercaban al agua por lo que se quedó dentro de la pila, resignado cada vez mas de haber perdido todo. Pero no era la única víctima de la mancha; sobre las milpas vecinas, salían rojos resplandores producto de las quemas de hierbas y arbustos para espantar a la plaga de langostas.
El ambiente se fue haciendo irrespirable y el calor sofocante, pero la plaga continuaba cayendo sobre los sembradíos sin reposo, mientras el grueso de la misma se desplazaba surcando el cielo llevando su mensaje de fatalidad por todo el campo Yucateco. 
Nuestro amigo lloró amargamente. La desesperanza, la desilusión y la amargura colmaron del amargo néctar de la fatalidad su copa, la cual el destino le obligó a apurar de un solo golpe. Y bebió, bebió de ella hasta que no quedó gota alguna hasta que su copa se rompió en pedazos haciendo brotar de sus ojos amargas lágrimas de dolor.
El agua fría, sin embargo, le calmó y le desinflamo las mordeduras de los animales, pero eso era nada comparado con sus problemas. Quiso regresar a su casa pero le fue imposible, dos veces trató de abandonar el lugar y dos veces tuvo que volver sobre sus pasos; su casa quedaba lejos, era de noche y con semejante y feroz visitante no era de ninguna manera posible sin protección y en su precaria condición; y pensó en su familia.
-¿Cómo estarían?,- se consoló.
- Brígida siempre ha sido abusada, siempre sabe que hacer,  menos mal que ellos están seguros, si algo sucediera tendrían ayuda de los vecinos,- pensó.

  Todo lo perdió, todo lo tenía invertido en esa cosecha que prometía ser abundante, y sin embargo, en un momento había perdido meses de duro trabajo, no solo de él, que a su decir, no le importaba, sino del trabajo de sus pequeños hijos varones; al recordar el esfuerzo, el empeño y el sudor de sus hijos, las lágrimas volvieron a nublar sus ojos y lloró, lloró como solo lloran los verdaderos hombres de bien.

Así, después de una noche de pesadilla y vela, llegó puntualmente el alba. Nuestro amigo salió de su obligado refugio y se encaminó a su casa. Por el camino se fue encontrando con otros milperos, que como él, tenían las huellas del sufrimiento en los curtidos rostros. Unos a otros se fueron contando sus experiencias con la terrible plaga y comentando sus temores para con sus familias por la inminente falta de alimentos.

La otrora floreciente campiña, con sus árboles de grandes copas que sombreaban el camino, en pocas horas se había convertido merced a las quemas fuera de control de las milpas, en un negro y humeante desierto. El calor que manaba de sus entrañas impulsado por la brisa matinal quemaba al entrar en contacto con la piel. El aire era precariamente respirable por lo que mojaron sus paliacates y se cubrieron con ellos la nariz y la boca para poder respirar.

Por el camino se podían observar a cientos de langostas brincando por el monte siendo presas de las aves lo mismo que en el cielo; las palomas y los cahues (cuervos), por decenas, caían en picada atrapando en pleno vuelo al insecto tragándoselos sin dejar de volar, para otra vez continuar la cacería. El aire, a  medida que se acercaban al pueblo, se iba haciendo más denso y difícilmente respirable, merced a la densa humareda que brotaba de todas las casas; entonces mojaron nuevamente sus paliacates y cada uno tomó rumbo a su casa.

Justo por fin llegó a su casa y se encontró con una ojerosa Brígida y con unos fatigados niños armados con bejucos abanicando el aire con ellos dando muerte a las langostas que se rezagaron de la gigantesca mancha.

Los niños, “Lupe” incluido, tenían sobre sus narices y bocas, sendos paliacates húmedos de agua, lo mismo que Brígida, pues el humo era tan denso y espeso que era difícil respirar sin eso. Poco a poco las langostas fueron desapareciendo en el horizonte y nuestros amigos procedieron a evaluar los daños al patrimonio familiar.

La casa estaba intacta, no así el pequeño jardín y la bugambilia  que quedaron sin hojas lo mismo que el árbol de “xmaculí”, el limón, la naranja,  y el viejo árbol de huaya que estaban en el fondo del patio junto a la pequeña y recién destruida huerta familiar que estaba al cuidado de las niñas.

Justo y Brígida hablaron de gastar sus escasos ahorros en la compra de alimentos para sortear la inminente escasez de los mismos. Justo enganchó su viejo carretón a la yegua y en compañía de sus dos hijos mayores se dirigió a la tienda del pueblo.

Al llegar la encontró llena de gente que al igual que él, estaba desesperada por conseguir alimento. Nada más al entrar nuestro amigo, el tendero ordenó a su ayudante que cerrase las puertas porque no cabía nadie más.

Todos consintieron, después de discutir largo rato, que se racionaría la venta del maíz y  de toda clase de grano a razón un kilo por persona por día hasta saber de que tamaño era el desastre; después ya verían que nuevas medidas tomar. (Hay que recordar que en aquella época, 1930-1940, las noticias viajaban muy lentamente en la península).





Continuará en el capítulo V.

Nota: hacer caso omiso de la sintaxis y la gramática; no soy escritor, solo un humilde “escribidor”

1 comentario:

  1. no me dejes picada porfisssssssssssssssss
    como continua bueno saludos
    cuidate mucho. karla desde argentina

    te sigire leyendo

    bye

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"PAZ A LOS BLOGGER´S DE BUENA VOLUNTAD"
Gracias: El hijo de don José.